lunes, 26 de marzo de 2007

MARIPOSA NOCTURNA

Releo, hojeo, a cada instante, esa imagen que guardo de ti: sí, cómo dejarla en el olvido o la nebulosa del recuerdo, la noche que te encontré parada en el umbral de esa puerta enana, fumando un cigarro, tu cuerpo blando y blanco, perfectamente delineado; en el interior del cuartito un viejo catre herrumbroso y una mortecina luz con olor a burdel. Sólo sé que para mi memoria y corazón siempre estarás ahí, sentada, igual que una hermosa mariposa de noche. Mis quejas o mis lamentos sonarán en tu oído como música extraña o finalmente una cantaleta aburrida, de alguien más sin importancia. Posiblemente hablo y te escribo sin medir ninguna consecuencia, más no importa, escribir a una reina de la oscuridad, es un premio único.

Quiero plasmar en estas líneas, la sencillez de quien sólo busca, gritar, desahogar, expulsar los demonios (amores) ardiendo en su alma... Ahora cuando pienso en ti, alrededor de mi mente gira tu aroma, tus ojos, tu rostro... Todavía recuerdo cómo llegué a ti en medio de la noche, noche en que me envolvía un vaho de pena y un poco de locura. Te encontré como flor con pétalos trémulos, te miré y me enamoré; eras igual que una noche limpia y llena de estrellas, pero, ¿quién soy yo para decirte estas frases que posiblemente ya te las dijo alguien? Cuando escucho una salsa erótica o un bolero, inmediatamente me consume tu ausencia; si fuera posible romper la distancia con el solo hecho de pensar, me imagino llegando delante tuyo, agarrarte fuerte contra la pared, decirte despacio, con el corazón en la mano, tú no tienes la culpa de haberme llevado hasta tu pecho, fue la casualidad, la noche, tus ojos, tu infinita paciencia para acogerme, tu magia curando mis heridas... son las tres de la madrugada, y te sigo con el pensamiento a donde vayas, aunque, ni siquiera sé dónde vives, si tu nombre es ese tu nombre, si amas a alguien, si lloras o ríes, si sufres por las noches esperando que pasen pronto las horas.

Me muero por volver a verte y no es el sexo que me atrae y arrastra hacia ti como un imán al que no puedo rechazar, es mucho más, es algo que llevas tatuado en tu voz, algo así como una gota de ternura que alcanza a mojar toda mi soledad. Sabes, soy un hombre triste (creo) y aunque hubiera deseado no serlo, sé que mi lado oscuro del corazón, me lleva por caminos que nunca he recorrido. Siento un dolor horrible, pero no quiero decirte el por qué, aunque sospecho que has empezado a adivinarlo; pero mejor que sea así, disimulado o por lo menos sobreentendido.

Mujer, las muchas manos que han palpado (rán) tu delicado cuerpo, no lograrán ser sino sólo eso, dedos andando ciegos por tu piel; tú eres, ahora para mí, no sé hasta cuando, un amor real, más real que la vida misma; pienso que los hombres pasan y pasan por el río de tu vida, ciegos, mudos, fríos, crispados a tu sexo, sin mirar tu corazón, más yo también, seguramente igual que todo en la vida, no seré más que una mercancía de noche, y, posiblemente, nuestra relación no pase de ser simplemente comercial, sexual... dulce mariposa nocturna, miro tus ojos, saboreo tu aliento a sueño y cansancio y espero que sepas perdonar esta nostalgia mía por ti; más no me importa que nunca hayas pensado o pienses en mí... ¿Qué puedo llegar a ser para tus noches? Nada, tú tienes otra vida, muy cercana a la mía o tan distante que se parecen al agua y el aceite. Eres bonita, dulce, y el corazón se me estremece cuando pienso sólo en tus ojos y tu cabello.

A un poeta argentino, que quedó ciego, ya en el ocaso de su vida, un día cuando le preguntaron que si alguna vez se había enamorado, respondió así: "esa mujer me duele todo el cuerpo". Cuanta razón tenía, porque a mí no sé desde cuando me dueles no sólo el cuerpo sino hasta la vida misma, esta existencia que llevó marcada por el silencio y la melancolía.

Quiero que me veas un momento. No a los ojos, ni al rostro, ambos los tengo cansados. Mira un poco más allá, entre la noche y el día, entre mi tristeza y alegría, seguramente, encontrarás un hombre que ama, sufre, llora, volcado sobre sus libros, en medio de una melodía amarillenta, dándole vueltas y vueltas a esta vida que le tocó vivir, con razón y sin ella. Amo tus ojos, el perfume que impregna tu cuerpo, amo tus labios, amo todo la pureza y dolor que hay en ti. Perdóname, si te digo que estoy enamorado, pero, no se lo digas a nadie, será mejor así. Mientras la vida nos siga juntando, allá donde nos conocimos, no dejaré de ir a verte.

Esa mujer que me cobijó, cuidó y mojó con el calor más fulminante de su cuerpo, una noche cuando vagaba yo sin rumbo, sin patria, sin familia, sin amor, con mis pensamientos apretados, arrinconados en la memoria; esa mujer, a quien le debo un instante de felicidad que alcanza los cuatro puntos cardinales de mi vida entera, tiene alas, ojos, lengua y el sabor de una mariposa nocturna.

Cochabamba, invierno del 2004

Iván Castro Aruzamen